A lo largo de la historia, la lactancia materna fue el modo natural en que las madres alimentaban a sus hijos. En la actualidad, esta práctica está más o menos arraigada, según cada cultura y circunstancia.

Hoy en día, en Europa, África y América Latina continúa siendo la forma elegida de alimentar a los niños. Pero muchas veces aunque exista el deseo, esta modalidad puede verse afectada por múltiples factores, uno de ellos: el VIH. En estos casos, el virus se encuentra presente en la leche humana y por esto, en nuestro medio, se contraindica la práctica del amamantamiento con el fin de evitar la transmisión directa de la madre al niño. En algunas ocasiones, las madres lo viven con cierta frustración, a veces acentuada por la presión social del entorno.

Lo que toda madre debe conocer es que si bien la leche materna es un alimento y el amamantamiento un favorecedor del vínculo mamá-bebé, esta no es la única forma que existe para interactuar con el niño. Aquellas mamás que deben buscar otro modo de alimentación, también pueden disfrutar este momento de encuentro.

Durante el embarazo, ambos experimentan un tiempo especial. Este es el momento en que la mamá y el bebé comienzan a conocerse, oírse y sentirse.

Ellos descubren la infinita habilidad que poseen para conectarse. Una caricia, un movimiento; un susto, una quietud completa y un dulce, una gran euforia.

Día a día, esta comunicación se va fortaleciendo entre ilusiones, planes a futuro y la ansiedad del encuentro. El bebé reconoce la voz de su madre y su estado de ánimo, así como ella sabe qué canción lo tranquiliza, qué comer para incentivar sus movimientos, en qué momento regalarle una caricia. Esta interacción fortalece la unión entre ellos y estimula al niño dentro de la panza.

En el nacimiento, esta mamá y este bebé se hallan frente a frente. Por primera vez pueden mirarse a los ojos, reconocerse y reencontrarse. A partir de este momento, los dos saben que no podrán ser los mismos el uno sin el otro. Este vínculo es el que marca la diferencia para cada uno de ellos ya que es la madre quien fomenta la interacción, lo llama por su nombre, lo acaricia, busca que sus miradas se encuentren de repente y surge un regocijo mutuo de estar allí juntos.

En los primeros días después del nacimiento ambos sienten la necesidad de redescubrirse. La realidad en la cual nace cada bebé es única y muchas veces encontrarse de esta manera que parece tan natural, significa un esfuerzo. Los dos tienen que darse el tiempo para habituarse a los cambios, sabiendo el nuevo rol que alcanzaron no tiene un solo modo de expresarse, sino el propio, el singular. Es necesario y “provechoso” que todo su entorno colabore y los contenga a ambos en esta búsqueda ya que la experiencia del intercambio mutuo le permite a la madre poder anticipar las necesidades del niño. Es fundamental incluir en este vínculo al padre que tanto los sostiene a ambos en este momento. Este contacto estrecho es el que les permite poder vincularse y conocerse desde todos los sentidos. Estos, les brindan la posibilidad de expresar y, a la vez, de percibir la cercanía de quien los ama. Los niños nacen con la capacidad de mirar a los ojos a su madre a una distancia cercana, reconocer su voz, los latidos de su corazón y revivir la contención plena que experimentaron en la panza y hoy se recrea en sus brazos.

Nuevas oportunidades

Cada día, ofrece nuevas oportunidades y experiencias para ambos. Es importante que la madre conozca las habilidades y fortalezas que su niño trae al nacer para poder estimularlo sanamente. Todos sus sentidos alcanzaron la maduración necesaria dentro del útero materno como para aprender a interactuar gradualmente con el entorno. Gracias a esto y a la comunicación que existe entre ellos, la madre puede adecuar sensiblemente el estímulo en el momento oportuno y percibir la respuesta que produce en el niño.

El mundo que rodea al niño, parece menos atemorizante de la mano de quien le dio la vida. Esta mujer, su madre, es quien pondrá nombre a las cosas, enseñará y educará en límites sanos y sobre todo, fortalecerá su desarrollo emocional a través del contacto, la presencia y el amor.

Todo el arte que una madre despliega en la crianza de sus hijos, con aciertos y desaciertos, les enriquecerá la vida. Por esto, es fundamental, que los niños sean estimulados en el amor y en el contacto con el otro, ya que de la forma en que ellos se sientan queridos, mirados y pensados, es la manera en que buscarán hacerlo con el mundo. Porque hubo alguien que les enseñó lo hermoso que es, mirarse y encontrarse…

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