Debe señalarse que, aún sin ostentar el rótulo partidario, hubo dos candidatos presidenciales peronistas: la ganadora, Cristina Fernández de Kirchner –con la lista Frente para la Victoria, expresión de un peronismo no tradicional- y el puntano Alberto Rodríguez Sáa, con la lista Justicia, Unión y Libertad. En cambio los radicales, divididos, no lograron armar una fórmula propia y debieron conformarse con dos candidatos a vicepresidente, enfrentados entre sí: el mendocino Julio César Cleto Cobos, quien acompañó a la ganadora y por supuesto resultó electo, y el titular del comité nacional de la UCR, Gerardo Rubén Morales, quien acompañó a Roberto Lavagna.
Que se rompa pero que no se doble
A los radicales el grito de Leandro N. Alem les llega desde la historia: “Que se rompa pero que no se doble”. La frase corresponde a su testamento político, que el patriarca radical escribió poco antes de tomar su trágica determinación de suicidarse. A través del tiempo quienes recibieron como mandato ese legado lo siguieron al pie de la letra y… ¡rompieron varias veces el centenario partido!.
Cabe recordar que Raúl Alfonsín, durante la campaña que lo llevó a la presidencia en 1983, popularizó una frase, que pronunciaba cada vez que, en los actos públicos, observaba desde el palco que alguno de los concurrentes sufría un desmayo o indisposición: “Un médico por allá” y señalaba el lugar donde se encontraba quien necesitaba asistencia. Habida cuenta de las fracturas que sufre la UCR, hoy Alfonsín debería requerir la presencia no ya de un médico, sino de un especialista: “Un traumatólogo por acá”, y no por allá, porque ahora es el radicalismo el que necesita un especialista que repare sus fracturas.
Las divisiones del radicalismo permiten comprobar que el partido se rompe pero ¿no se dobla?. Si interpretamos que doblarse significa desviarse de la ortodoxia y tradición partidarias, o celebrar alianzas poco compatibles con el pensamiento histórico del radicalismo, podemos inferir que también se ha doblado, como veremos mas adelante.
Las divisiones no deberían sorprender a los radicales porque el nacimiento mismo de la UCR fue consecuencia de una división, protagonizada nada menos que por el propio Alem quien, allá por 1890, era uno de los líderes de la Unión Cívica, un partido caracterizado por mantener una virulenta oposición al presidente de entonces, Miguel Juárez Celman.
Las manifestaciones opositoras de los hombres enrolados en la Unión Cívica dejaron de ser verbales y, en 1890, con Alem a la cabeza y algún apoyo militar, tomaron las armas con el propósito de derrocar al gobierno. No pudieron pues la revuelta fue sofocada, pero la Revolución del Parque, como se la llamó, determinó la renuncia de Juárez Celman y la asunción del vicepresidente, Carlos Pellegrini.
El relevo presidencial iba a desencadenar la división de la Unión Cívica y el nacimiento de la Unión Cívica Radical. Ocurrió que otro prominente miembro de la Unión Cívica, el general Bartolomé Mitre, no sólo vio con buenos ojos la llegada de Pellegrini a la presidencia, sino que se mostró dispuesto a celebrar un acuerdo con él, que involucraba al general Julio A. Roca, el presidente anterior e inspirador del nuevo gobierno. Ello encolerizó a Alem para quien nada había cambiado con el relevo presidencial y era necesario mantener la misma posición opositora que habían sostenido respecto de Juárez Celman. Así fue como impulsó la división de la Unión Cívica y la creación de un nuevo partido, la Unión Cívica Radical.
¿Por qué radical?. Se dice que cuando Alem anunció su propósito rupturista afirmó: “Yo no acepto el acuerdo (entre Mitre y Pellegrini). Soy radical contra el acuerdo, soy radical intransigente”. Tal vez sin quererlo, con esa frase estampó la denominación del nuevo partido. Y, el 2 de julio de 1891, la fracción de la Unión Cívica que respondía a Alem dio un pronunciamiento anunciando la ruptura de la agrupación y repudiando el acuerdo que involucraba a Mitre.
La ley Sáenz Peña y… la década infame
La Ley Sáenz Peña, sancionada en 1912, que consagró el voto universal, secreto y obligatorio, dio transparencia al sistema electoral y permitió que el radicalismo consagrara tres presidentes consecutivamente: Hipólito Yrigoyen (1916/1922), Marcelo Torcuato de Alvear (1922/1928) y nuevamente Yrigoyen, quien inició su mandato en 1928 pero fue derrocado y encarcelado el 6 de setiembre de 1930 por una revolución encabezada por el general José Félix Uriburu. Se inició entonces la que los radicales llamaron “década infame”, caracterizada por el fraude, que políticamente expresaba una alianza conocida como la Concordancia.
Pero no todos los radicales enfrentaron al régimen fraudulento. Algunos enfrentaron… ¡a Hipólito Yrigoyen!…, se aliaron con la Concordancia y provocaron la fractura partidaria creando, en 1924, la Unión Cívica Radical Antipersonalista, que equivalía a decir antiyrigoyenista, pues acusaban al caudillo de ejercer un estilo personalista. El nuevo partido estaba liderado por Leopoldo Melo y Vicente Gallo quienes, en los comicios del 1 de abril de 1928, habían conformado una fórmula presidencial que compitió con Yrigoyen, pero fueron derrotados por 840.000 votos contra 440.000.
Mientras la UCR declaraba la abstención electoral luego del golpe de 1930, la UCR Antipersonalista rápidamente se recostaba al calor del poder impuesto por la fuerza y se asociaba a la Concordancia junto a los partidos Demócrata Nacional (conservador) y Socialista Independiente. Esta alianza, ayudada por el fraude y la abstención radical, consagró presidente al general Agustín P. Justo en 1932. Dos radicales antipersonalistas se incorporaron a su gabinete, Leopoldo Melo, ministro del Interior y Roberto M. Ortiz, ministro de Hacienda, quien luego obtendría el premio mayor, la presidencia de la Nación, como candidato de la Concordancia, en 1938. Otro miembro caracterizado de esa fracción fue José P. Tamborini, mas tarde candidato presidencial de la Unión Democrática, derrotado por Perón en 1946.
Cabe recordar que Ortiz renunció al quedar ciego y fue reemplazado por el vicepresidente Ramón S. Castillo, quien tampoco pudo completar el período presidencial, que expiraba en 1944, pues fue derrocado por la revolución de 1943 que marcó la extinción de la Concordancia y, consecuentemente, de la “década infame” y, sin proponérselo, abrió el camino para la irrupción del peronismo en el acontecer político e institucional, provocando entonces una nueva división del radicalismo.
Irrupción y caída del peronismo
El triunfo inaugural del peronismo se registró en los comicios del 24 de febrero de 1946 con el partido Laborista (luego partido Único de la Revolución, partido Peronista y, finalmente, partido Justicialista) con la fórmula Juan Domingo Perón-Jazmín Hortensio Quijano, que derrotó a Tamborini-Mosca, candidatos de la Unión Democrática (formada por radicales, socialistas independientes y demócratas progresistas). Quijano se había aliado con Perón llevándose una porción del radicalismo a su partido, la UCR (Junta Renovadora).
Los radicales sufren una extraña contradicción: han sido víctimas de golpes militares que desalojaron del poder a tres presidentes (Yrigoyen, Frondizi e Illia), pero a su vez alentaron golpes militares, comenzando por aquellos impulsados por Alem en los tiempos fundacionales del radicalismo. Esto les dio la fama de golpear las puertas de los cuarteles cuando estaban en el llano. Otra contradicción es que, habiendo sufrido en carne propia la proscripción, avalaron la proscripción del peronismo, como veremos ahora.
Desde los primeros gobiernos peronistas los radicales fueron sus encarnizados rivales y no es un secreto que alentaron el golpe, conocido como la revolución libertadora, que derrocó a Perón en 1955 y proscribió al peronismo. Algunos radicales se alistaron en los comandos civiles, grupos armados que colaboraban con los militares golpistas, incluso figuras prominentes como Miguel Ángel Zavala Ortiz.
Instalado el gobierno de facto presidido por el general Eduardo Lonardi, luego relevado por el general Pedro Eugenio Aramburu, fue creado un organismo asesor llamado junta consultiva nacional, cuyo titular -remedo del sistema institucional del Senado- era el vicepresidente, almirante Isaac Francisco Rojas. El radicalismo integró esa junta con cuatro de sus hombres más destacados: Oscar Alende, Juan Octavio Gauna, Oscar López Serrot y Miguel Ángel Zavala Ortiz. Además, cuatro radicales participaron del gobierno de Aramburu: Laureano Landaburu (ministro del Interior, luego reemplazado por otro radical, Carlos Alconada Aramburú), Acdeel Salas (ministro de Educación) y Horacio Aguirre Legarreta (ministro de Trabajo).
Balbinistas, frondizistas y desarrollistas
Dos años después del derrocamiento de Perón se produjo la fractura entre balbinistas y frondizistas y cada fracción radical debió agregar un aditamento a la denominación partidaria. Los primeros, con Ricardo Balbín a la cabeza, adoptaron la sigla UCRP (Unión Cívica Radical del Pueblo). En tanto, quienes siguieron a Arturo Frondizi eligieron la sigla UCRI (Unión Cívica Radical Intransigente). ¿Habrán tenido en cuenta aquella frase de Alem estos radicales intransigentes del ´57?.
Luego estos también se dividieron, liderando Oscar Alende el sector que conservó el rótulo de la UCRI, mientras que los seguidores de Frondizi, acompañados ahora por Rogelio Frigerio, adoptaron la sigla MID (Movimiento de Integración y Desarrollo). Frigerio actuó como ideólogo del MID, incorporando propuestas que poco tenían que ver con el pensamiento histórico del radicalismo, comenzando por “la batalla del petróleo”, que apuntaba al autoabastecimiento mediante la participación de empresas privadas, mientras los radicales eran firmes defensores del monopolio estatal de los hidrocarburos. Frigerio aportó un ramillete de ideas que conformaron el contenido ideológico del MID, el desarrollismo.
Con el peronismo proscripto, la libertadora convocó a elecciones de convencionales para el 28 de julio de 1957. El propósito era convalidar la anulación de la Constitución peronista de 1949 que el gobierno de facto había borrado de un plumazo. Ambos radicalismos -ya se había divido el partido- participaron del comicio y fueron los mas votados: 2.117.160 sufragios la UCRP y 1.821.459 la UCRI. Perón, exiliado en Madrid, ordenó votar en blanco y tuvo éxito pues cosechó mas sufragios que cada partido radical: 2.119.147.
Como era mayoría le correspondió a la UCRP la presidencia de la convención, que ejerció Ignacio Palacios Hidalgo. El cuerpo se reunió, a partir del 30 de agosto de 1957, en el paraninfo de la Universidad Nacional de Santa Fe donde la UCRI, por conducto de su jefe, Oscar Alende, impugnó la convención y la anulación por decreto de la Constitución de 1949. Esta posición no prosperó y los radicales intransigentes abandonaron las deliberaciones. En cambio, los radicales del pueblo se doblaron y posibilitaron que se cumpliera el objetivo del gobierno militar, avalando la anulación de la reforma del ´49. Luego de sancionar el artículo 14 bis, de derechos sociales, la convención quedó sin quórum y se diluyó el 14 de noviembre de 1957.
Frondizi, el pacto con Perón y la caída
La libertadora desembocó en los comicios que consagraron presidente a Frondizi en 1958. ¿Cómo llegó a la presidencia?. Mientras los radicales balbinistas habían consentido la proscripción del peronismo, Frondizi aprovechó esta circunstancia para acordar un pacto con Perón -en el exilio- quien le arrimó sus votos facilitándole el triunfo. Cabría preguntar ¿que actitud de cada radicalismo de entonces mostraba con mayor evidencia que se había doblado?: avalar la proscripción del peronismo y participar de un gobierno golpista, como hizo la UCR del Pueblo; o aprovechar la proscripción del peronismo y obtener sus votos mediante el famoso pacto, como hizo la UCRI, sin promover luego la legalización del partido proscripto por temor a provocar un nuevo golpe militar, que de todas maneras se produjo.
Debe admitirse que si bien el gobierno frondizista no legalizó al partido Peronista como tal, pues la presión militar era muy fuerte, permitió que los peronistas crearan nuevos partidos o utilizaran agrupaciones ya oficializadas (Unión Popular, Tres Banderas, Laborista). Con Unión Popular Andrés Framini se presentó como candidato a gobernador bonaerense en las elecciones provinciales realizadas el 18 de marzo de 1962 y triunfó. La fórmula era Framini-Anglada. Los partidos de cuño peronista habían triunfado también en otras provincias pero los gobernadores electos jamás llegarían a asumir.
La cúpula militar de entonces (general Raúl Poggi, almirante Agustín Penas y brigadier Cayo Alsina) no estaba dispuesta a aceptar esos resultados. Para impedir que los gobernadores peronistas ejercieran la cuota de poder que habían ganado en las urnas, Poggi, con el acompañamiento de los otros comandantes, derrocaron a Frondizi once días después de las elecciones, el 29 de marzo de 1962, lo recluyeron en la isla Martín García, pero se negó a renunciar como ellos querían para cubrir una absurda formalidad. Frondizi acuñó una frase que se haría famosa en aquellos tiempos: “No renunciaré, no me suicidaré, no me iré del país”.
El vicepresidente Alejandro Gómez ya había sido forzado a renunciar anteriormente, luego de estallar una crisis en su relación con el presidente. La línea sucesoria había pasado a manos del presidente provisional del Senado, José María Guido, representante de la UCRI por Río Negro, quien se apresuró a jurar ante la Corte Suprema y evitó así que los militares se encaramaran nuevamente en el poder. Cuando Poggi acudió a la Casa Rosada con el evidente propósito de asumir la presidencia, se encontró con que Guido ya se había apoltronado en el sillón de Rivadavia. Esta vez los militares no se animaron a echarlo a él también pero, en realidad, asumieron las riendas del poder condicionando todas las decisiones del presidente provisional.
Guido pasó a ser, entonces, otro radical que se había doblado. Obedeciendo las directivas de los militares, la primera medida que le impusieron fue anular las elecciones del 18 de marzo e intervenir todas las provincias, impidiendo así que Framini y demás gobernadores peronistas electos asumieran sus cargos. Luego dictó una política económica de neto corte liberal y un estatuto de los partidos políticos que mantenía la proscripción del peronismo e ilegalizaba al comunismo. Este estatuto fue elaborado por el ministro del Interior, Rodolfo Martínez (hijo) y el subsecretario, Mariano Grondona, un periodista que alcanzaría singular notoriedad conduciendo un programa político televisivo, Hora Clave.
Arturo Illia, triunfo y derrocamiento
El interinato de Guido desembocó en los comicios del 7 de julio de 1963, convocados bajo el imperio de aquel estatuto. Con el peronismo proscripto era obvio que el poder se iba a repartir entre ambos radicalismos, y así ocurrió. La UCRP, con la fórmula Arturo Illia-Carlos Perette, obtuvo 2.530.000 votos y la UCRI, con Oscar Alende-Celestino Gelsi, 1.592.000. Los votos en blanco, de origen peronista, alcanzaron 1.694.000. Así fue como, con un magro caudal del 25,15%, Illia llegó a la presidencia el 12 de ocubre de 1963.
Estas elecciones depararon una curiosidad: el ex presidente de la libertadora general Aramburu creó un partido, UDELPA (Unión del Pueblo Argentino), e intentó retornar a la presidencia, esta vez no por las armas sino por las urnas, pero le faltaron votos. Vale recordar que, siete años después, su vida iba a tener un trágico final. El 29 de mayo de 1970, fecha coincidente con el Día del Ejército, dos hombres vestidos con uniformes militares se presentaron en el domicilio de Aramburu y, cuando este los recibió, lo secuestraron. Los secuestradores, pertenecientes a Montoneros, una agrupación guerrillera peronista prácticamente desconocida hasta entonces, anunciarían luego que Aramburu era sometido a juicio popular y condenado a muerte por los fusilamientos de 27 militantes peronistas el 9 de junio de 1956, durante su gobierno. Aramburu fue asesinado el 1 de junio de 1970 y sus restos hallados quince días después en una estancia de la localidad bonaerense de Timote. En setiembre de 1974, en la revista “La causa peronista” , el jefe de Montoneros, Mario Eduardo Firmenich, relató los detalles del secuestro y asesinato de Aramburu. Logró escapar al exterior, capturado mas tarde en Brasil y extraditado, en 1984 fue juzgado y condenado a 30 años de prisión, pero el presidente Carlos Menem poco tiempo después de asumir lo indultó, junto con militares golpistas, el 29 de diciembre de 1990.
¿Fue Illia otro radical que se dobló? Podría decirse que si, en cuanto convalidó con su presencia una convocatoria electoral con partidos proscriptos, pero luego tuvo un comportamiento digno -al margen del juicio que merezca su gestión de gobierno- negándose a convertirse en un presidente títere. Pero los militares estaban engolosinados con el poder y la suerte del mandatario radical estaba echada: fue volteado por un nuevo golpe, al que llamaron revolución argentina, el 28 de junio de 1966, y reemplazado por el general Juan Carlos Onganía, quien comenzó disolviendo el Parlamento y los partidos políticos y anunció un gobierno militar de diez años de duración dividido en tres “tiempos” : económico, social y, recién al final, político. Desde luego le falló el pronóstico, fue desalojado por sus propios camaradas, reemplazado brevemente por el general Guillermo Marcelo Levingston, a quien sucedió el general Alejandro Agustín Lanusse, el 23 de marzo de 1971. Y aquí comenzó otra historia.
Pese a que, en su origen, la revolución argentina derrocó a Illia, un presidente radical, los radicales del ´71 (de la UCRP) establecieron buenos vínculos con Lanusse, continuador de aquel golpe. ¿Se puede decir que se doblaron?. Lanusse abrió el tiempo político antes de lo imaginado por Onganía y obsequió al radicalismo del Pueblo el uso exclusivo de la denominación partidaria: Unión Cívica Radical. La UCRI no pudo seguir llamándose radical y cambió su nombre por el de partido Intransigente.
Se diluye el GAN y vuelve el peronismo
Un prominente hombre del radicalismo, Arturo Mor Roig, procedente de la UCRP, fue designado ministro del Interior y articuló el GAN (Gran Acuerdo Nacional), impulsado por Lanusse. ¿Cuáles eran los objetivos de ese plan?. Oficialmente se intentaba articular una salida política, acordada con los grandes partidos, uno de ellos el radicalismo, por supuesto. Pero hubo algunas interpretaciones que asignaban al GAN otros objetivos paralelos, desde garantizar a las Fuerzas Armadas una salida decorosa del gobierno, hasta la creación de un frente detrás de la candidatura presidencial de Lanusse. Al margen del propósito que lo haya inspirado, lo cierto es que el GAN fracasó, sin llegar a tener siquiera principio de ejecución.
El nuevo estatuto de los partidos esta vez no disponía proscripciones, pero se inhabilitó a Perón para ser candidato con el eufemismo de la falta de residencia (claro, ¡si hacía 17 años que estaba exiliado!…). Lanusse creía que, de todas maneras, no regresaría a la Argentina y pronunció aquella frase que se hizo famosa: “No le da el cuero para volver”. Pero se equivocó: Perón retornó el 17 de noviembre de 1972.
Las elecciones fueron convocadas para el 25 de marzo de 1973. El peronismo conformó una alianza, el Frente Justicialista, con la fórmula Héctor Cámpora-Vicente Solano Lima y lanzó un sugestivo lema: “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. Los candidatos justicialistas triunfaron por amplio margen: obtuvieron 5.908.000 sobre 2.537.000 de la fórmula radical, Balbín-Gamond. La breve gestión de Cámpora tuvo un solo objetivo: renunciar, convocar a elecciones y facilitar así el retorno de Perón a la presidencia de la Nación, cosa que ocurrió el mismo año 1973, acompañado por su esposa, Isabel Martínez, como vicepresidente.
Echan a Isabel y llega Alfonsín
La muerte de Perón al año siguiente, la asunción de Isabelita y su posterior derrocamiento por el golpe de 1976, llamado revolución argentina, abrieron el sombrío período de la dictadura que se prolongó hasta 1983 cuando, forzado por la firme presión de los sectores populares, el último presidente de facto, general Reynaldo Bignone, debió convocar a elecciones. Estos comicios marcaron el retorno del radicalismo al gobierno, con Raúl Alfonsín como presidente, tras derrotar a la fórmula justicialista, Italo Luder-Deolindo Bittel, por 7.724.000 votos contra 5.995.000.
¿Fue Alfonsín otro radical que sedobló?. Al margen de que a raíz de la crisis económica y social que se había desatado haya debido abandonar el cargo antes de terminar su mandato (dejándolo en manos de su sucesor, Carlos Menem) y si bien se debe reconocer que durante el gobierno alfonsinista fueron juzgados y condenados los integrantes de las juntas militares que desgobernaron luego del derrocamiento de Isabel, también fueron sancionadas las leyes de punto final y obediencia debida que consagraron la impunidad del resto de los militares comprometidos con el proceso, hasta la anulación de ambas leyes en 2006. Pero hay mas: fue Alfonsín quien acordó con Menem el famoso pacto de Olivos que le facilitó al riojano su reelección, reforma constitucional mediante. Con esta ayudita que le dio Alfonsín logró Menem gobernar 10 años en lugar de los 6 que le correspondían a partir de 1989.
Fin del menemismo y de la Rúa se incinera
Al finalizar el segundo período menemista, en 1999, el radicalismo volvió a gobernar, con Fernando de la Rúa presidente, quien asumió el 10 de diciembre de ese año, pero fue tan desastrosa su gestión que los radicales seguramente habrían preferido que no hubiera sido electo pues, como consecuencia de un cúmulo de desaciertos, prácticamente se quedaron sin partido.
La UCR había conformado una alianza con el FREPASO y, en virtud ese acuerdo, acompañó a de la Rúa como vicepresidente Carlos “Chacho” Álvarez quien, disgustado por la marcha y orientación del gobierno, renunció el 6 de octubre de 2000, a sólo 10 meses de haber asumido.
De la Rúa no encontró mejor camino para enfrentar la crisis económica que convocar a Domingo Cavallo como ministro y este, con el aval presidencial, adoptó la medida mas odiada de los últimos años: el corralito, que privó de la disposición de sus depósitos a millares de ahorristas que habían confiado en el sistema bancario y en las garantías ofrecidas por el gobierno.
También sacudieron al gobierno las sospechas de sobornos en el Senado para sancionar la ley laboral, caso que la justicia está investigando para determinar si la corrupción había llegado a ese límite.
El tramo final de la gestión presidencial desembocó en la mayor crisis económica, social, política e institucional que tengamos memoria, que incluyó una sangrienta represión de manifestaciones callejeras. Los cacerolazos, que alentaron la consigna “que se vayan todos”, pusieron una lápida sobre el gobierno de Fernando de la Rúa, quien renunció el 20 de diciembre de 2001. Al día siguiente la Asamblea Legislativa, en silencio -nadie usó de la palabra- aceptó la renuncia, sin que ningún legislador radical -ni de otro partido- se animara a defender o, por lo menos, justificar al presidente renunciante.
A partir de entonces sobrevino un período de inestabilidad institucional caracterizado por la sucesión de cinco presidentes en diez días, que concluyó con la nominación por la Asamblea Legislativa del peronista Eduardo Duhalde, quien recibió el país como una brasa ardiente. Logró atenuar la tempestad desatada y convocó a elecciones para el 27 de abril de 2003. Estos comicios revelarían cuan destruido había quedado el radicalismo: la fórmula de la UCR, integrada por Leopoldo Moreau y Mario Losada, cosechó sólo 453.360 votos, apenas un 2,34% del total de sufragios, ocupando el sexto lugar detrás de Menem, Kirchner, López Murphy, Rodríguez Sáa y Elisa Carrió. Fue la peor elección del radicalismo en toda su historia.
La era de los Kirchner
En aquellos comicios la lucha electoral quedó limitada a dos fórmulas peronistas, Carlos Menem-Juan Carlos Romero, 4.740.907 votos (24,45%) y Néstor Kirchner-Daniel Scioli, 4.312.517 votos (22,24%). Hubiera correspondido definir el ganador en una segunda vuelta, pero Menem abandonó la contienda y Kirchner quedó consagrado presidente y asumió el 25 de mayo de 2003, con mandato hasta el 10 de diciembre de 2007.
La elección del 27 de abril no sólo fue catastrófica para el radicalismo por su resultado, sino que la nominación presidencial de Kirchner planteó la amenaza cierta de una nueva división radical. Gobernadores, legisladores y dirigentes del radicalismo se recostaron al calor oficial (se doblaron, podría decirse) y, liderados principalmente por el gobernador de Mendoza, Julio Cobos, se dispusieron a alistarse en una concertación con el presidente Kirchner. Se los llamó los radicales K.
Enfrente se alinearon los radicales decididos a librar batalla en oposición a Kirchner, pero sin levantar un candidato propio sino sosteniendo la candidatura presidencial de Roberto Lavagna. “Es un gran candidato. Es un hombre serio, democrático, que en este momento debe concitar la atención de las mayorías argentinas”, proclamó Raúl Alfonsín. El radicalismo no sólo apoyó a Lavagna sino que integró la fórmula con Gerardo Morales, nada menos que el presidente del comité nacional como candidato a vice, y expulsó de sus filas a Cobos por desoir el mandato partidario y aliarse al oficialismo como candidato a vice de Cristina Kirchner en la fórmula del Frente para la Victoria.
Llevar por primera vez en mas de cien años candidatos extrapartidarios, ¿no significa que estos radicales también se han doblado?. Debe ser triste para los depositarios del legado de Alem comprobar que, un siglo después, no encuentren un radical al que hayan podido presentar como candidato presidencial. ¿Es que todos sus dirigentes se han incinerado?.
En soledad -o, por lo menos, en minoría- el entonces presidente del comité nacional, Roberto Iglesias, salió a la palestra sosteniendo que el candidato presidencial de la UCR debía ser un radical, y vaticinó que el radicalismo iba camino de dividirse en tres: los radicales K, los que apoyan a Lavagna y aquellos que abogan por presentar un candidato propio. “Una alternativa netamente radical, a mi entender, es la correcta”, rubricó.
Carente de apoyo, Iglesias renunció a la presidencia del comité nacional el 15 de noviembre de 2006. ”No quiero ser un estorbo”, dijo con disimulada amargura. Inútiles fueron los esfuerzos de sus amigos para que desistiera o postergara su decisión, que mantuvo inflexible. ¡Por algo lo apodan La Mula!. Rápidamente fue reemplazado por Morales.
Las elecciones del 28 de octubre
Así llegamos a los comicios del 28 de octubre, con los resultados que son sobradamente conocidos. Consagraron el holgado triunfo de Cristina Fernández de Kirchner, seguida por Elisa Carrió, Roberto Lavaggna y Alberto Rodríguez Sáa, en ese orden. Alejados del pelotón de vanguardia figuraron “Pino” Solanas, Jorge Sobisch y Ricardo López Murphy. Cerraron la lista los candidatos cero es decir, aquellos que no llegaron a reunir el 1% de los votos, en este orden, Vilma Ripoll, Néstor Pitrola, José Alberto Montes, Luis Ammann, Raúl Castell, Gustavo Breide Obeid y Juan Ricardo Mussa. Ello revela que el electorado no se ha tomado en serio las candidaturas de piqueteros ni de ultraizquierda.
En cuanto a Cobos, la satisfacción de haber sido elegido vicepresidente resultó empañado por haber protagonizado una nueva división del radicalismo, agregado a la derrota de César Biffisu candidato a gobernador de Mendoza, donde triunfó el peronista Celso Jaque a quien Cobos, como gobernador saliente, deberá entregarle los atributos del mando.
Otro revés sufrió el radicalismo en la provincia de Buenos Aires, y no sólo por la victoria de Daniel Scioli. Margarita Stolbizer, integrante de la conducción nacional del radicalismo, hizo una buena elección como candidata a gobernadora -salió segunda- pero no fue postulada por su partido sino por la Coalición Cívica liderada por Elisa Carrió. En el distrito bonaerense la UCR llevó como candidato a gobernador a Ricardo Alfonsín pero salió cuarto.
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