Por Juan Marenco, CEO de Be Influencers y miembro de la Comisión Directiva de Interact, y Natalia Alfonso, de Be Influencers
Vivimos en la era de la hiperconectividad, donde las redes sociales se han convertido en una extensión de nuestro ser. Compartimos cada momento de nuestras vidas, desde el café de la mañana hasta las vacaciones en la playa. Pero, ¿qué pasa cuando la búsqueda de la foto perfecta o el video viral se convierte en una obsesión?
Be Influencers, agencia de comunicación digital, ha realizado un análisis sobre la soledad de la sociedad actual y su relación con las redes sociales. El estudio revela que la presión por mostrar experiencias perfectas en las redes sociales está generando un miedo a perderse lo mejor (FOBO) y una mentalidad de «contenido» que nos aleja de la experiencia real.
El famoso FOMO (Fear of missing out) de las redes sociales ya no es simplemente el miedo de perderse cosas, sino también de no generar cosas, aunque absolutamente nadie lo esté esperando. Podemos decir que pasamos del FOMO al FOBO (Fear Of Being Out). ¿Somos capaces de disfrutar de un concierto sin grabarlo para Instagram? ¿Podemos ir a un restaurante sin pensar en la foto del plato? La presión por generar contenido constantemente nos convierte en una especie de «periodistas de nuestras propias vidas», obsesionados con la narrativa y la imagen que proyectamos.
Las marcas, por su parte, han capitalizado esta tendencia, creando experiencias «instagrameables» que apelan a nuestro deseo de mostrar una vida ideal. Viajes exóticos, comidas gourmet y eventos exclusivos son solo algunos ejemplos de cómo el marketing de experiencias se ha convertido en la norma.
Pero, ¿qué hay de la experiencia real? ¿Qué pasa cuando dejamos de vivir el momento y nos concentramos en capturarlo para las redes sociales? La paradoja es que, en la búsqueda de conexión digital, estamos perdiendo la conexión real con el mundo que nos rodea. Las experiencias son, por definición, individuales, especialmente si las vivimos a través de nuestro smartphone. En un recital, por ejemplo, la conexión con el artista y el público se ve relegada por la necesidad de capturar el momento para las redes sociales.
¿Es hora de replantearnos nuestra relación con las redes sociales? ¿Podemos encontrar un equilibrio entre compartir nuestras experiencias y disfrutarlas realmente? La respuesta no es sencilla, pero es una conversación que debemos tener. No se trata de demonizar las redes sociales, sino de usarlas de forma consciente y responsable. Debemos recordar que la vida real no es un filtro de Instagram y que las experiencias más valiosas son aquellas que no se pueden compartir en una pantalla.
Recuperemos el control de nuestras vidas y dejemos de vivir para las redes sociales. La verdadera felicidad no se encuentra en los likes ni en los comentarios, sino en la experiencia auténtica del mundo que nos rodea.