Por Rodolfo De Felipe, Presidente LIDE Argentina
En un principio bastaba con ser; después fue necesario parecer. Hoy, es imprescindible convencer.
¿Qué pensarías de una industria que no realiza ningún esfuerzo por mitigar el impacto de su negocio en el medio ambiente? ¿O de una compañía que muestra total desinterés por implementar políticas de inclusión? ¿Y si sus procesos no son lo suficientemente transparentes?
Posiblemente estos interrogantes no tengan nada de novedoso, pero sí esté cambiando sensiblemente el valor de sus respuestas.
Y es que el “hacer bien” dejó de ser un asunto puramente ético para convertirse, además, en un tema de negocios. Quizás, entonces, ya no se trate de preguntarnos qué pensaríamos de estas compañías sino si estaríamos dispuestos a invertir en ellas, trabajar para ellas o comprar sus productos y servicios.
Casi a la par de su rendimiento financiero, hoy es esencial para los beneficios de cualquier compañía cumplir con una serie de parámetros sostenibles a la hora de gestionar. Es aquí donde los criterios ESG (por las siglas en inglés de Environmental, Social and Governance) guían la búsqueda de una suerte de comunión entre los objetivos de rentabilidad y el cuidado de las externalidades de las empresas: impacto ambiental, consecuencias de su actuación en las comunidades, lo que ocurre en sus cadenas de valor, temas sociales como la diversidad y desigualdad, paridad racial y de género, ética y transparencia en sus conductas.
En el último tiempo ha aumentado notablemente el interés público sobre la reputación de las empresas, por causa de la pandemia. Nada volverá a ser como antes. Sin embargo, la idea de la “inversión sostenible” ya cuenta con varias décadas sobre sí y es justo decir que distintas organizaciones alrededor del mundo llevan trazado un largo recorrido en este sentido.
Aunque no se trate de algo novedoso, sí es un campo en el que aún resta mucho por definir y varios desafíos que enfrentar y resolver. Pero la “Agenda ESG” está sobre la mesa y para siempre.
El mayor obstáculo probablemente radique en la carencia de normativas de alcance que unifiquen criterios y, a su vez, permitan fijar parámetros específicos para la medición de resultados. Sin estos lineamientos planteados con claridad, las empresas hacen sus esfuerzos sobre arenas movedizas y compiten en un escenario sin reglas de juego lo suficientemente claras.
A nivel mundial, los principios emanados de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos por Naciones Unidas operan como un faro de referencia a los que las grandes compañías multinacionales en su mayoría adhieren y sobre los cuales trabajan en acciones concretas.
La reducción y compensación de emisiones de CO2, la optimización del consumo de agua, el uso de combustibles alternativos a los fósiles, el tratamiento de efluentes, el reciclado y desarrollo de materiales menos contaminantes o la producción sustentable de alimentos son solo algunos de los ejemplos más repetidos entre ellas. Pero hay muchos más.
En materia de inclusión y derechos humanos, el trabajo por las minorías, el vínculo con las comunidades y el mejoramiento de sus entornos, la promoción de políticas de género, la formación en conocimientos específicos del sistema, la salud y la educación son grandes tópicos de interés.
Asimismo, las organizaciones que le han atribuido valor a estos criterios participan activamente en consejos y asociaciones y en mejorar la transparencia de sus procesos, tanto hacia afuera como hacia adentro.
En el mismo sentido y aunque este es un proceso que se ha iniciado hace tiempo, sigue siendo una dificultad -o, mejor decir, un objetivo en pleno desarrollo- la necesidad de tecnologías cada vez más modernas que permitan alcanzar de manera eficiente estos resultados deseados. Afortunadamente, la mayoría de las compañías hoy trabajan intensamente en mejorar sus propios procesos, estableciendo en muchos casos alianzas estratégicas con otras firmas que caminan en el mismo sentido.
Una cosa es segura en este asunto: los tiempos han cambiado y ESG es un camino de ida. Con reglamentaciones más fuertes o más débiles, dentro de límites difusos y con un largo trayecto por andar en materia de innovación tecnológica, la inversión ética y responsable llegó para quedarse, como una estrategia de negocio y, fundamentalmente, como una demanda insoslayable que atravesará la gestión de los líderes dentro de sus empresas, en sus entornos y comunidades y -aun con mayor intensidad- en su fuero más íntimo.