Severiano Ballesteros, un virtuoso del golf español, murió en Pedreña el 7 de mayo, a las 54 años, como consecuencia de un tumor cerebral. Esta es la necrológica, escrita por Andrés Herranz y Germán Aranda, publicada en la edición internacional del diario español Público.
El sábado 7 de mayo el Open de España se paralizó. Miguel Ángel Jiménez acababa de salir del hoyo 18 y, junto con el resto de participantes y el público del torneo, disputado en Terrassa (Barcelona), se dirigieron al campo de prácticas y formaron un gran corro para despedir a Severiano Ballesteros con un emotivo minuto de silencio. La jornada no se había parado porque «el mejor homenaje que se le puede hacer es seguir jugando«, defendió el presidente de la Federación Española de Golf, Gonzaga Escauriaza.
Horas antes, a las 2 de la madrugada, Ballesteros falleció víctima de un tumor cerebral al que no pudo derrotar después de tres operaciones. El cántabro se desmayó el 6 de octubre de 2008 en el aeropuerto de Barajas y fue tratado por los neurocirujanos del Hospital La Paz de Madrid. Seve será para siempre uno de los mejores golfistas de todos los tiempos y el jugador que revolucionó el golf desde la genialidad.
Encontraba caminos hacia el hoyo que para otros eran trampas o apuestas geniales.
En Terrassa, Miguel Ángel Jiménez, al que se le habían saltado las lágrimas durante el recorrido, ni siquiera tenía ánimos para hablar. Pasado un rato, todavía consternado, prefirió recordar los momentos alegres: «En 1979, yo era caddy y tenía 15 años, Seve estaba en lo más alto y yo no sabía nada de golf. Yo iba buscando siempre la propinilla y ese fue el primer contacto con Seve. Fue allí, con tantísimos jugadores buenos, cuando decidí que me quería dedicar a eso».
En el 92, después de ganar el Open de Bélgica, Jiménez necesitaba un traductor. «No entendía ni papa de inglés y además no sabía qué decir porque no estaba acostumbrado a ganar”. Me dijo: “Di lo que quieras, eres el ganador y por tanto el rey’. Y nos echamos a reír».
Igual de afectado, con voz temblorosa, se expresó Txema Olazabal, gran amigo de Seve: «Ha sido la vuelta más dura de mi vida. Siempre estaba ahí presente, es muy difícil concentrarte y hacer lo que hay que hacer. Mi relación con él siempre fue muy estrecha, siempre me consideré una persona muy afortunada por pasar momentos junto a él. Cuando llega el momento, nunca estás suficientemente preparado. Me quiero quedar con los buenos momentos, que son muchos. El golf mundial ha tenido la fortuna de tener a una figura como Severiano, sin parangón. No he visto a ningún jugador así».
Logró que la Ryder Cup se disputara fuera del eje Reino Unido-Estados Unidos.
El inglés Colin Montgomery también ensalzó la figura de Ballesteros: «Es una gran pérdida. Es un día triste para España, para Europa y para el golf. Podemos celebrar lo grande que fue su vida en este momento y su gran carácter, lo apasionado que fue. Fue un honor jugar con él».
Los campeones del Masters de Augusta tienen derecho a una taquilla con su nombre en el club hasta el día de su muerte. En ese pequeño armario de madera guardan la chaqueta verde de vencedor del torneo más importante del mundo. Seve ganó dos Masters, pero su armario sólo tiene una chaqueta. La otra se la llevó a su casa de Pedreña (Cantabria), donde ayer expiró.
El mundo del golf no estaba preparado para frenar a un hombre como Severiano Ballesteros. Menos aún lo estaban los rancios aficionados de Royal Birkdale para un españolito que se plantó allí con 19 años y, después de liderar aquel British hasta el domingo, terminó con cinco birdies y perdió con Miller. Quizá fue mejor así. Quizá de otro modo no habría surgido una apasionada relación con el Reino Unido en general y el Abierto Británico en particular. Corría el año 1976, Franco había muerto ocho meses antes y sólo unos cientos de españoles sabían del significado del torneo de golf más antiguo del mundo.
Tres años más tarde de su aparición estelar en las Islas, se presentó en Royal Lytham con victorias en todos los circuitos conocidos. Los veteranos Nicklaus y Crenshaw eran sus grandes rivales, pero ellos tampoco estaban preparados para un jugador capaz de golpear limpiamente su bola desde un frío aparcamiento directamente al centro de green para ganar su primer Major. Fue el primer British de Seve, el primero de un jugador español. La historia dirá que la primera cadena de TVE interrumpió la retransmisión de una carrera de caballos para ver cómo un chaval cántabro levantaba una jarra de clarete. No sería la última.
En la historia del golf hay un antes y un después del español. Y la Ryder Cup lo demuestra. A finales de los años setenta era una competición moribunda y monotemática. Estados Unidos ganaba siempre al equipo de Reino Unido e Irlanda. En 1979, el Royal & Ancient invitó a jugadores continentales, otra revolución que promovía el chico del flequillo a lo Beatles nacido en el país del flamenco. Resultado: victorias europeas en 1985, 1987 y 1995.
Ahora, cada vez que diseñaba un campo, incluía un bunker con forma de S. Es su firma. Él sabía que los tiempos cambian, las victorias pasan y alguna gente olvida, pero los campos permanecen… Los golfistas sacarán la bola de esos bunkers con forma de S durante décadas. Probablemente, lo harán peor que Seve. Él también era el mejor en esa suerte. Cuando levantaba la pelota desde la arena y la dejaba a un par de pulgadas del hoyo, sonreía y recordaba cuando jugaba en la playa cercana a su casa. Para la posteridad queda su talento, sus victorias, una taquilla huérfana en Augusta y una chaqueta verde colgada en una casa de Pedreña. La chaqueta es suya. El golf , también.