Por Daniel Alejandro Osorio, socio en Cyber Intelligence Group
El último día del invierno nuestra compañía entregó un informe de fraude concluyente donde descubrimos que detrás de los colaboradores que realizaron una estafa millonaria estaba involucrada la Gerente de la compañía. El dato tiene aún más relevancia cuando nos notificaron que esta persona llevaba –nada más y nada menos- más de veinte años en la empresa y estaba vinculada en una relación sentimental con el presidente del holding que nos contrató.
A la hora de una investigación de fraude corporativo, los auditores tenemos una regla de oro: la verdad por encima de todo. No obstante en este escenario se planteaba realidad: existía la posibilidad de que tantas horas de trabajo, de entrevistas e investigación ni siquiera fueran reconocidas o pagadas. Es que el fraude que más duele es el de la familia, los amores, los amigos y –esto- no siempre es fácil de aceptar. La negación suele ser la mejor opción a la verdad.
El fraude que más duele es el que traiciona los sentimientos. Y fue así que en aquella larga mesa rectangular nos sentamos tímidamente los responsables de la investigación, con las pruebas en la mano, a la espera de los directivos. Algunos minutos después llegó el presidente con su equipo de colaboradores y también su hijo y delfín corporativo. Con poco tiempo y cierta prepotencia nos preguntó que teníamos para informar. El equipo se acomodó y comenzó a relatar la línea de tiempo, el perfil geográfico, los movimientos financieros y finalmente –otro del equipo- comenzó a enumerar los partícipes de la estafa, dejando para último lugar “la gerente”. Cuando escuchó su nombre se paró rápidamente de su silla y con un tono suave solo dijo “no puede ser…”, en esta reacción nos dimos cuenta de que ya lo sabía, necesitaba la confirmación., como alguien que se sabe enfermo y reserva hasta último momento la esperanza de que sus estudios sean normales. Se sentó nuevamente miró a su hijo que se encontraba sentado en el extremo opuesto de la mesa, y éste con cierta mirada de comprensión le dijo: “padre es mejor que sigamos la reunión los dos solos”. Así la conversación entre ambos continúo. Ahora la verdad ya era de ellos y el trabajo había concluido.
El fraude tiene un motor emocional que se hace presente en cada intervención y muestra que las empresas y las grandes corporaciones no solo están hechas de dinero e intereses, están atravesadas por sentimientos, lealtades, historias y pasiones que se deben tener en cuenta en cada investigación.
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