Uno de los desafíos para los docentes es que los alumnos encuentren atractiva la propuesta y sostener su atención durante la clase. En esta línea se dirige la iniciativa federal“Los Científicos Van a las Escuelas” (LCVE), perteneciente al Programa Nacional de Popularización de la Ciencia y la Innovación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, la cual busca enriquecer el trabajo docente en el aula a partir del trabajo conjunto con científicos en la formulación de Trabajos Prácticos Científicos (TPC) en biología, química, física, astronomía o ciencias de la tierra sobre temas correspondientes a la currícula escolar, que luego se implementarán en clase. Una forma empírica de abordar los contenidos de ciencia.
“El pensamiento crítico o pensamiento científico es una capacidad cognitiva que hay que enseñar, no es intuitiva, y tiene que ver con cómo se mira el mundo. El cerebro tiene sesgos y nos engaña constantemente, para eso es importante el pensamiento crítico. Hay que enseñarlo porque el cerebro está preparado para aprenderlo, tiene los rudimentos y es un desarrollo progresivo”, explica la doctora en Ciencias Fisiológicas, que trabaja en el departamento de Neurociencia de la Universidad Torcuato Di Tella – CONICET, Andrea Goldin, sobre el desafío de estimular el razonamiento en los chicos. En este sentido, uno de los ejes de LCVE es fomentar el pensamiento crítico a partir de los TPC que transitan el camino de la indagación y la comprobación de hipótesis a través de la experimentación, manipulación y observación directa de la realidad.
“Aprender tiene que ser difícil para que sea un desafío. Para eso uno necesita modificar conexiones neurales. La actividad de jugar genera varias moléculas en lugares claves del cerebro que facilita esta modificación neuronal”, afirma la investigadora. Respecto a la idea de incluir la parte lúdica a la enseñanza es algo que “no es imprescindible pero es deseable y se aprende mejor”. Que el proceso enseñanza-aprendizaje sea eficaz seguramente dependerá, en parte, de cuan atractivo sea el contenido para el alumno.
Si de jugar y experimentar se trata en el marco de LCVE en la Escuela de Gestión Comunitaria de la provincia de La Rioja, los chicos de primaria de 4 º y 5 º grado trabajaron en el TPC sobre el control de la potabilización del agua y realizaron observaciones y controles de muestras de agua de hogares con agua corriente y cloacas, y otros solo con agua corriente. En el caso de la Escuela Doctora Cecilia Grierson de Los Cocos, Córdoba, los alumnos de 6 º grado analizaron la conservación de los ecosistemas nativos, especialmente el árbol nativo del bosque serrano (Zanthoxylum coco). Estimaron la edad de los ejemplares, se familiarizaron con algunos términos botánicos y observaron, a través de una lupa binocular, muestras de madera y los anillos de crecimiento. En otro punto del país, precisamente en Rinconada, en la provincia de Jujuy, los adolescentes de 4º y 5º año de secundario de la Escuela Nº 8 Héroes de Malvinas abordaron en el TPC las transformaciones químicas de los materiales realizando circuitos caseros para conocer el camino de la electricidad.
“Mejoraron mis prácticas”, afirma la docente del Instituto Provincial de Enseñanza Media (I.P.E.M.) Nº 346 de Córdoba, Analía Di Ronco, sobre su experiencia en LCVE y agrega “el científico aporta ideas y creatividad a la hora de implementar el Método Científico en el Trabajo Práctico”. Algo parecido le sucedió a María Celeste Reartes, docente de la Escuela Padre Diego de Torres de la misma provincia, al momento de trabajar junto a un científico: “Su aporte es fundamental, ya que tiene un conocimiento profundo en el campo y en colaboración se realiza un andamiaje para transmitir estos conocimientos de manera didáctica a los alumnos”, los cuales “puedan trasladar a su vida cotidiana aquella teoría que en ocasiones resulta un tanto abstracta”. La iniciativa además de proponer el trabajo entre científico-docente incluye una charla entre el científico y los alumnos, un espacio donde comparte su quehacer profesional y aspectos de su vida personal. Este encuentro desvanece la figura de «personas raras e inalcanzables», añade Reartes, dando lugar a la idea de que “todos hacemos ciencia, solo debemos analizar y asociar lo que aprendemos a diario en la teoría”.
En cuanto al rol del científico, el licenciado en Biotecnología, Federico Fookes, destaca la buena predisposición y proactividad de los docentes en todo el recorrido y apunta que “muchas de las consultas fueron sobre el manejo del material que tenían disponible y sobre temores que tenían sobre su potencial mal uso” como así también“encontrar formas de comunicar el conocimiento específico”, para eso los ejemplos cotidianos y las metáforas fueron un buen recurso.
Los TPC son producto del trabajo de 30 horas reloj de docentes y científicos, quienes se reúnen fuera del horario escolar para combinar ambos saberes y elaborar la guía que luego se implementará en clase, o bien, que otros docentes que no participaron puedan descargarlas.