Día de la tierra aumenta la conciencia medioambiental

El Día de la Tierra no está respaldado por ninguna fuerza organizadora central, aunque varias organizaciones no gubernamentales se ocupan de actualizar los miles de actos locales que ese día se llevan a cabo en escuelas y parques. El día afirma que la conciencia ecológica forma parte de la conciencia nacional y que la idea de proteger el medio ambiente -antaño competencia de unos pocos ecologistas- se ha desplazado desde los márgenes hasta el centro de la corriente principal del pensamiento estadounidense.

Este no fue siempre el caso. En el siglo XIX los estadounidenses, bendecidos con un vasto país rico en recursos naturales, vivieron con la idea de que siempre habría campos nuevos allende el horizonte. Cuando se agotaban la tierra, los bosques o los depósitos de carbón de un lugar determinado siempre era posible trasladarse a otro. Cuando a principios del siglo XX la industria estuvo en auge, la gente aceptó de buena gana los cielos ennegrecidos por el humo de las chimeneas y los ríos contaminados por desperdicios industriales. A mediados de la década de 1930 -y nuevamente en la década de 1950- el río Cuyahoga en Ohio, que atraviesa el centro industrial del país, estalló en llamas a causa de los residuos químicos que descargaban las fábricas instaladas en sus riberas. No hubo ningún clamor público. Muy pocos lo notaron.

La actitud del público empezó a cambiar en la década de 1960. En 1962, una bióloga marina de nombre Rachel Carson publicó Silent Spring (Primavera silenciosa). El título se refería a un futuro sin pájaros y describía en palabras sencillas los efectos desastrosos que tendrían a largo plazo los plaguicidas y otros agentes altamente tóxicos comúnmente utilizados en ese entonces en el sector agrícola, la industria y la vida diaria de Estados Unidos. El libro, sorpresivamente, resultó ser un gran éxito de ventas.

En 1968 los astronautas de Apolo que regresaban de su primer vuelo orbital alrededor de la Luna fotografiaron por primera vez el planeta Tierra en su totalidad. Esta imagen de la Tierra -pequeña, frágil, hermosa y única- quedó rápidamente grabada en las mentes de millones de personas. En 1969 la escorrentía industrial del río Cuyahoga volvió a incendiarse. Esta vez la reacción del público fue inmediata e intensa. La ciudad de Cleveland (Ohio), donde se produjo el incendio, se convirtió en el hazmerreír nacional y en las radios de todo el país se oía la canción satírica Burn On, Big River, Burn On (Arde, gran río, arde). Ese mismo año, el Congreso de Estados Unidos aprobó la Ley sobre Política Nacional Medioambiental (NEPA), que establecía una «política nacional que alentará a una armonía productiva y agradable entre los seres humanos y su entorno».

Al mismo tiempo que se consolidaba lentamente esta conciencia ecológica, surgió una oposición cada vez más clamorosa a la intervención estadounidense en la guerra de Vietnam. Las manifestaciones públicas en contra de la guerra -particularmente en las universidades- dieron ímpetu a la idea de que el desafío organizado al status quo podía, de hecho, hacer que cambiaran las políticas y el comportamiento público.

Gaylord Nelson, senador del estado de Wisconsin y veterano ecologista, entendió que los métodos que se utilizaban en las protestas contra la guerra podrían también tener éxito en otros ámbitos. «En ese momento», escribió Nelson más tarde, «había gran agitación en las universidades acerca de la guerra de Vietnam. En universidades de todo el país se celebraban protestas contra de la guerra…. De pronto se me ocurrió: ¿por qué no realizar una protesta nacional sobre el medio ambiente? Ese fue el origen del Día de la Tierra».

Nelson regresó a Washington y empezó a promover el Día de la Tierra entre gobernadores de los estados, alcaldes de las grandes ciudades, redactores de los periódicos universitarios y, lo que tuvo gran importancia, Scholastic Magazine, una revista que circulaba en las escuelas primarias y secundarias estadounidenses. En septiembre de 1969 Nelson anunció formalmente que en algún momento durante la primavera de 1970 habría una «protesta nacional sobre el medio ambiente. Las agencias noticiosas publicaron la noticia en todo el país», recordó Nelson. «La respuesta fue espectacular… telegramas, cartas y consultas telefónicas llegaron de todas partes del país. Aprovechando mi personal senatorial, dirigí las actividades del Día de la Tierra desde mi oficina. Para el mes de diciembre, el movimiento se había extendido con tanta rapidez que fue necesario abrir una oficina en Washington para atender las consultas y actividades relacionadas con el Día de la Tierra.

«El Día de la Tierra logró lo que yo había esperado. El objetivo era demostrar la preocupación por el medio ambiente en una manifestación nacional tan grande que sacudiría el ruedo político. Fue una apuesta que dio resultado. Aproximadamente veinte millones de personas participaron en manifestaciones pacíficas en todo el país. Diez mil escuelas primarias y secundarias, 2.000 colegios y universidades, y 1.000 comunidades tomaron parte… Este fue el suceso extraordinario del que surgió el Día de la Tierra».

A ese primer Día de la Tierra le siguió la aprobación de varias leyes federales de alcance histórico. En 1970 se estableció la Agencia de Protección Ambiental, seguida por la Ley del Aire Puro, la Ley de Agua Limpia de 1972 y la Ley de Especies en Peligro de Extinción de 1973. Entre las numerosas disposiciones de gran alcance que contenían estas leyes figuraba el requisito de que los automóviles utilizaran gasolina sin plomo, alcanzaran el máximo de kilómetros posible por litro de gasolina y estuvieran equipados con convertidores catalíticos para reducir las emisiones tóxicas descargadas por el escape de los automóviles.

Posteriormente, tras este éxito legislativo, el Día de la Tierra pareció que iba a desaparecer. Si bien las celebraciones anuales continuaron, no llegaron a igualar en tamaño y entusiasmo las del primer año. El Día de la Tierra pareció haberse convertido en una reliquia de los días de protesta de principios de la década de 1970.

Pero el espíritu del Día de la Tierra persistió. Las organizaciones ecológicas aumentaron en tamaño y poder. Agrupaciones como Greenpeace, establecida en Canadá en 1971, adoptaron principios de desobediencia civil no violenta para despertar la conciencia del público sobre las menguantes poblaciones de ballenas y los peligros de la energía nuclear. Nature Conservancy, formada en 1951, volvió a dedicarse a principios de la década de 1970 a la «preservación de la diversidad natural» y empezó a adquirir tierras sin explotar para uso como espacio natural protegido. Instituciones venerables como el Sierra Club y la National Audubon Society vigorosamente interpusieron demandas judiciales contra las empresas de explotación forestal para frenar la destrucción de los bosques antiguos. Financiados por contribuciones públicas y con personal compuesto por abogados y docentes, así como científicos y naturalistas, las organizaciones no gubernamentales (ONG) se convirtieron en organismos de protección del medio ambiente.

En su propio país, los estadounidenses, a menudo a instancias de sus hijos, empezaron a separar los desechos domésticos para reciclarlos. Hacia finales de la década de 1980 se establecieron programas de reciclado en muchas comunidades. Para mediados de los años noventa, estos programas municipales de reciclado cubrían sus costos, la cantidad de basura arrojada a los vertederos se redujo notablemente y más del 20 por ciento de la basura procesada por los municipios estadounidenses se estaba convirtiendo en productos útiles. Las empresas, teniendo siempre presente los deseos del consumidor -y sus propias ganancias- empezaron a promoverse a sí mismas como entes respetuosos del medio ambiente. Muchas compañías adoptaron prácticas empresariales prudentes que aumentaron su eficiencia y redujeron los desperdicios industriales.

En 1990 el Día de la Tierra resurgió con fuerza. Encabezado por Dennis Hayes, uno de los principales organizadores del primer Día de la Tierra, el de 1990 fue un acontecimiento de proyección internacional. Más de 200 millones de personas en el mundo -diez veces más que las que se reunieron en 1970- participaron en actos que reconocieron que el medio ambiente finalmente se había convertido en un asunto de preocupación pública universal. El impulso mundial continuó en 1992 en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (UNCED) celebrada en Río de Janeiro (Brasil), en la que un número sin precedentes de gobiernos y ONG aprobó un programa de gran alcance para promover el desarrollo sostenible.

El 25.º aniversario del primer Día de la Tierra en 1995 fue ocasión para evaluar el progreso medioambiental. En los países occidentales las noticias parecían ser buenas -el aire y el agua eran más limpios, los bosques se habían expandido y muchos otros indicadores medioambientales también habían mejorado. La combinación, a veces inestable, de la legislación, los juicios entablados por las ONG, la educación del público y las prácticas empresariales más eficientes, habían tenido un efecto notable y positivo en el estado del medio ambiente.

Pero hubo opiniones antagónicas con respecto a cuan buenas eran estas noticias. El periodista de temas medioambientales Gregg Easterbrook informó en la revista The New Yorker que las leyes medioambientales «junto con la enorme variedad de esfuerzos privados incentivados por la conciencia ecológica… han tenido un éxito impresionante… Los reglamentos sobre el medio ambiente, lejos de ser engorrosos y caros, han demostrado ser extraordinariamente eficaces, han costado menos de lo anticipado y han fortalecido, no debilitado, las economías de los países que las han puesto en marcha».

La revista Environment, importante publicación de una ONG, presentó una evaluación más sombría: «El Día de la Tierra… no ha producido una ciudadanía permanentemente activa ni ha transformado el malestar general que socava la fe que se tiene en la rendición de cuentas democrática. Si bien el movimiento ecologista han hecho grandes adelantos desde 1970, tanto a nivel institucional como en la conciencia del público, la seguridad medioambiental… sigue siendo hoy aún más difícil de alcanzar que hace 25 años».

Lo que comenzó en 1970 como un movimiento de protesta se ha convertido en una celebración mundial del medio ambiente y un compromiso con su protección. La historia del Día de la Tierra refleja el incremento de la conciencia ecológica en las últimas décadas, y el legado del Día de la Tierra es el conocimiento cierto de que el medio ambiente es un asunto de interés universal.

Informe del Departamento de Estado de Estados Unidos

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Redacción Covernews

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