Por la Lic. Alejandra Perinetti, Directora Nacional de Aldeas Infantiles SOS Argentina
El Día Mundial de la Salud se celebra cada 7 de abril para conmemorar el nacimiento de la Organización Mundial de la Salud en 1948. Organización que el 11 de marzo declara el brote del coronavirus pandemia global.
Nos encontramos atravesando una época sin precedentes, un contexto de pandemia que pone en jaque el funcionamiento de la sociedad en su conjunto. Mientras los países buscan la mejor forma de preservar nuestra salud física y prevenir los contagios y las muertes, la economía sufre el impacto más grande de los últimos tiempos con consecuencias sociales aún difíciles vislumbrar con claridad. De lo único que podemos estar seguros, es de que cada sector de la sociedad debe aportar para que los efectos de esta pandemia se reduzcan al mínimo posible, que de esta situación la única forma de salir es estando unidos.
Quienes trabajamos acompañando niños, niñas, adolescentes y familias, nos preguntamos especialmente por las formas en las que esta pandemia impactará en sus condiciones de vida; particularmente alarmante es el pensar en cómo afectará la salud de miles de niños y niñas en un país donde 1 de cada 2 niños es pobre.
Dentro de las múltiples preocupaciones sobre la situación que atravesamos, se encuentran los efectos del aislamiento social, preventivo y obligatorio: la medida necesaria para evitar todo lo que sea posible la propagación del virus.
Cualquier persona que tiene niños y niñas a su cuidado sabe el desafío que este contexto representa para cada uno de los miembros de la familia. La vida cotidiana tal como la conocíamos se desarmó momentáneamente y nos encontramos intentando lidiar con todas las complejidades que supone el aislamiento en nuestros hogares: la distribución de tareas domésticas, el trabajo desde casa, el entretenimiento de niños y niñas, las tareas que envía la escuela, las preocupaciones por lo que vendrá.
La experiencia de otros países nos advierte sobre las consecuencias del estrés al que nos estamos enfrentando: con las medidas de aislamiento la tensión en los hogares crece y el riesgo de violencia aumenta a la par. Es por eso que resulta necesario realizar todas las prácticas que sean posibles para reducir las fuentes de estrés evitables en el hogar. Tenemos que entender que la situación que estamos viviendo cambia las lógicas de la vida diaria y por ello debe cambiar nuestra forma de entendernos.
El tiempo de aislamiento será un tiempo diferente, en el que necesitaremos armarnos de paciencia y comprender que todos nos sentimos distintos. Niños y adultos podemos tener miedos, angustia, tristeza y estar por ello más sensibles e irritables frente a las demandas de los otros. Bajar el nivel de exigencia hacia nosotros mismos y hacia los niños y niñas a nuestro cuidado es una de las claves para disminuir el estrés en el hogar.
Hablar de lo que sentimos, hacerle lugar y poder brindar contención; conectarnos con otras personas mediante redes sociales para compartir; sentarse a jugar, a bailar, a pintar, son todas herramientas útiles en este momento.
Lo más importante sin embargo es saber que esto no durará para siempre, y que tarde o temprano podremos retornar a nuestra vida cotidiana. Posiblemente no de la misma manera. En el mejor de los casos, habremos aprendido una de las lecciones más importantes de esta pandemia: la salud y la vida la cuidamos entre todos.
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