Por Martín Rappallini, empresario industrial.
En Argentina, el valor del dólar tiene un peso considerable en las decisiones de los agentes económicos.
Es Por ello que la crisis cambiaria que estamos viviendo afectó muchas decisiones de compra y venta a
nivel comercial, generando a su vez un freno en la industria y en el sector financiero. Estas turbulencias impactan a su vez en las tasas en pesos, que suelen subir incluso por encima de lo que sería aritméticamente razonable, por miedo a una devaluación mayor. Para dar un diagnóstico más preciso hay que esperar a que las aguas se calmen, y podamos tener mayores certezas. De todos modos, en función de lo ocurrido en los últimos sesenta días está claro que vamos hacia una desaceleración de la economía. Se preveía crecer un 2,5% este año y seguramente estaremos
por debajo del 1%.
Algo parecido ocurrirá con la inflación, que se esperaba por debajo del 20%, y ya hay quienes la estiman para este año en un 27% y hasta un 33%. Estamos a las puertas de un proceso de estanflación, es decir una economía con poco crecimiento y mucha inflación, que nos demandará un gran esfuerzo superar, tanto a los privados como al sector público. En este sentido, veo muy positiva la reacción que han tenido el Banco Provincia y el Banco Nación, mediante la ampliación de sus líneas de créditos para PYMES, lo cual las ayudará a transitar mejor estas dificultades. El BICE también anunció un programa similar.
Acceso al crédito y empleo
El acceso al crédito de las Pymes para preservar el empleo y el nivel de actividad dependerá de la velocidad con que se estabilicen las variables de la economía. Pero hay que tener en cuenta que la dificultad para financiarse es sólo uno de los muchos problemas que enfrentan las Pymes en nuestro país. Pensemos que la industria argentina viene cayendo desde hace cinco o seis años, por lo que el motivo no puede asociarse únicamente con la crisis actual, y tampoco en las medidas tomadas por el actual gobierno. Al contrario, en líneas generales han estado bien orientadas, pero no pueden arreglar mágicamente los problemas que vienen de arrastre, y que son mucho más profundos que el movimiento de una tasa o una divisa.
Eso sí; el Gobierno debe tener presente que, a muchas empresas, aun comprendiendo la inviabilidad del modelo anterior, les está costando adaptarse a una economía en la que de pronto la energía no es tan accesible y los costos laborales e impositivos siguen siendo tan altos como los dejó el gobierno anterior. Hay que recordar que en la última década se encareció el costo de producir en Argentina y al no reformarse las leyes del trabajo, floreció como nunca la industria del juicio laboral. Las ART, por poner un ejemplo, fueron creadas para reducir el costo de las contingencias laborales, pero originalmente representaban 2% del costo laboral de las empresas y hoy han trepado al 15% o 20%. Este incremento afecta directamente la competitividad de las industrias.
La adopción del llamado ‘impuesto inflacionario’ a partir de 2006 o 2007, generó a su vez unas tasas de interés altísimas, que impidieron a muchas empresas crecer y renovarse. A partir de 2011 la economía directamente dejó de crecer. Para sobrellevar esa situación se apostó a subsidiar el consumo, al tiempo que se cerraba la economía
mediante la imposición de trabas a las importaciones, aún violando las normas de la OMC. El problema de esa estrategia, que ya fracasó innumerables veces en Argentina, es que puede servir en el corto y mediano plazo, pero en el largo termina atrofiando al sector industrial, pues las empresas se acostumbran a tener rentabilidad sin competir e inexorablemente bajan la calidad de sus productos. Si queremos vivir en un país desarrollado, nuestra industria debe prepararse para exportar muchísimo más.
Subsidiar las tarifas fue otra de las medidas erróneas que se tomaron, un error que seguiremos pagando por mucho tiempo. Además de distorsionar el cálculo de costos de las empresas, significó un fuerte aumento del gasto público, que terminamos pagando todos vía inflación. Todas estas medidas eran absolutamente artificiales e insostenibles en el tiempo y está claro que debían corregirse. Creo que la enorme mayoría de los empresarios lo sabe y lo comparte. El problema es que, si se corrigen las tarifas y se abre la economía, pero la presión impositiva y las normas laborales siguen intactas, el combo es explosivo. No se puede corregir sólo una parte de los problemas. Hay que corregir todo. Si los diputados y senadores quieren realmente que las empresas argentinas inviertan, generen innovación, empleo y riqueza, todos los obstáculos que enfrentan las empresas deben ser removidos
en forma urgente.
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