En estos tiempos de ánimos caldeados y discursos grandilocuentes, pero que acentúan aún más las diferencias, en lugar de rescatar la riqueza de la diversidad de pensamiento, donde el solo hecho de pensar distinto, o practicar otra religión, es motivo de insulto o agresión, una nueva celebración del Día Internacional para la Tolerancia nos da el marco más adecuado para reflexionar sobre nuestras responsabilidades para convivir en comunidad.
La tolerancia, no sólo es una condición indispensable para la convivencia pacífica en sociedad, sino que también es un motor para el desarrollo sostenible, puesto que contribuye a la construcción de sociedades más inclusivas, que pueden y saben aprovechar las ideas y los talentos creativos de todos sus integrantes.
La Asamblea General de Naciones Unidas aprobó en 1995 al 16 de noviembre como el Día Internacional para la Tolerancia, definiéndola como “el respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos. La tolerancia consiste en la armonía en la diferencia. No sólo es un deber moral, sino además una exigencia política y jurídica”.
La tolerancia es la virtud que hace posible la paz, y reemplaza a una cultura de guerra y confrontación por una cultura de la paz y del encuentro, basada en el conocimiento, una actitud de apertura, la comunicación y la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión.
Asimismo, en 1995, la UNESCO aprobó la Declaración de Principios sobre la Tolerancia, alarmada por la intensificación de los actos de intolerancia, violencia, terrorismo, xenofobia, nacionalismo agresivo, racismo, antisemitismo, exclusión, marginación y discriminación.
Más de veinte años después, la semilla de la intolerancia en nuestro mundo, no sólo no desapareció, sino que además, en muchos casos, se nos sigue presentando de manera aún más obscena y desembozada. La persecución y los discursos discriminatorios contra latinos y musulmanes en los Estados Unidos, incluso desde la propia investidura presidencial y el avance de la ideología fascista y de los partidos de ultraderecha en las elecciones europeas son una pequeña muestra de ello.
Ante este escenario adverso, resulta cada vez más importante redoblar esfuerzos por la construcción de una sociedad más inclusiva, plural y que respete y promueva la diversidad.
Para ello necesitamos reconstruir un nuevo mensaje a favor de la tolerancia, acorde a los desafíos actuales del mundo globalizado del siglo XXI, desde la cultura, la ciencia, el arte, la comunicación y la educación.
Así, la educación sigue siendo el medio más eficaz para prevenir la intolerancia, a partir de la enseñanza de los derechos y libertades que todas las personas comparten, para que puedan ser respetados y fomentar además la voluntad de proteger los de los demás.
La educación es un elemento clave para ayudar a los jóvenes a desarrollar un pensamiento crítico, una actitud independiente y un comportamiento ético. La diversidad de religiones, culturas, lenguas y etnias no debe ser motivo de conflicto sino una riqueza valorada por todos.
La educación para la tolerancia es un imperativo urgente y las políticas y los programas educativos deben contribuir al desarrollo del entendimiento, la solidaridad y la tolerancia entre los individuos, entre los grupos sociales, así como entre las naciones.
De esta forma, la educación para la tolerancia, no implica únicamente incorporar contenidos en los programas escolares. Es un concepto mucho más amplio, participativo, que incluye la sensibilización, la toma de conciencia, la promoción de actitudes responsables, el cambio de valores, y la comprensión y promoción de la diversidad y el pluralismo.