Sería injusto que San Justo, ciudad cabecera del partido de La Matanza, alcance una triste notoriedad por ser la tumba de los restos de una obra monumental, el mural “Ejercicio plástico” del genial artista mexicano David Alfaro Siqueiros.
A Siqueiros se lo considera, junto con Diego Rivera, padres del muralismo mexicano. Pero no sólo fue un artista excepcional -que ya es mucho- sino un hombre comprometido con lo que hoy llamaríamos los derechos humanos, un luchador contra las injusticias de su tiempo, un vehemente defensor de los desposeídos.
Creyó que el marxismo era un vehículo eficaz para canalizar esa lucha y, en 1924 -a los 26 años- se afilió al partido Comunista, decisión que le iba a provocar frecuentes problemas. Sus diferencias con el gobierno mexicano lo llevaron a la cárcel y al exilio en el Uruguay, en 1929. Allí conoció a quien luego sería su esposa, Blanca Luz Brun, de 24 años, poetisa, escritora, pintora y, también, militante del partido Comunista.
En 1932 aceptó una invitación para pintar un mural en el Plaza Art Center, de Los Ángeles. Realizó la obra pero su militancia comunista provocó polémicas en Estados Unidos donde no encontró ámbito propicio para permanecer allí. Es así que recibió con júbilo una invitación que le llegó desde Buenos Aires: Victoria Ocampo, la protectora y mecenas de tantos artistas, le proponía dictar una serie de conferencias en la Sociedad Amigos del Arte. Aceptó, por supuesto, y en 1933 llegó a la capital argentina junto con su esposa Blanca Luz.
La programada serie de conferencias terminó abruptamente con la primera disertación. Ocurrió que Siqueiros no sólo habló de arte sino que también expuso su pensamiento social, sosteniendo que el arte debía servir a la liberación de los pueblos. Esto, agregado a la conocida filiación política del muralista, no fueron del agrado del gobierno, encabezado entonces por el general Agustín P. Justo, el presidente nacido del fraude que inauguró la llamada “década infame”, luego del golpe militar que había derrocado a Hipólito Yrigoyen.
El artista fue detenido, estuvo preso sólo unos pocos días, pero la iniciativa de Victoria Ocampo quedó definitivamente abortada. Apareció entonces alguien que estableció contacto con Siqueiros para brindarle apoyo y algo que le estaba faltando: dinero. Ese nuevo mecenas fue Natalio Botana, director del legendario diario Crítica, que había fundado en 1915 y convertido en un espectacular suceso periodístico.
Crítica funcionaba en un magnífico edificio de cinco pisos ubicado en la Avenida de Mayo 1333. Botana poseía también, entre otros bienes, una suntuosa mansión en Don Torcato, llamada “Los granados”, construida sobre un terreno de 18 hectáreas. Y allí estaba el interés del acaudalado periodista por relacionarse con Siqueiros: quería Botana que le pintara un mural en esa mansión, en un lugar preciso, el sótano, donde había instalado una bodega que atesoraba los mejores vinos y licores de todo el mundo.
Se supo que a Siqueiros no le agradaba demasiado que su mural quedara encerrado en un sótano -siempre prefirió pintar en lugares abiertos, al aire libre- pero seguramente apremiado por las necesidades económicas aceptó. No trabajó solo, sino que contó con la colaboración -¡nada menos!- de Antonio Berni, Lino Enea Spilimbergo, el uruguayo Enrique Lázaro y Juan Carlos Castagnino, quien fuera vecino ilustre de La Matanza.
La realización de la obra no transitó por un lecho de pétalos de rosas. Antes bien, tuvo alternativas dolorosas y, a veces, dramáticas, que contribuyeron a crear por momentos una sórdida atmósfera: Salvadora, la esposa de Botana, cayó en una profunda depresión y se hizo drogadicta; uno de los hijos del matrimonio se suicidó disparándose un tiro delante de sus hermanos; hizo crisis la relación de Siqueiros con su esposa y esta inició un romance… ¡con el dueño de casa!.
Pese a semejantes avatares, el muralista realizó una obra maestra, terminándola el mismo año en que la había iniciado, 1933. Cubría el sótano -ya desprovisto de botellas- con motivos marinos y desnudos, empleando en este caso a su esposa como modelo. Hay testimonios de quienes tuvieron el privilegio de ver la obra terminada, señalando que daba la sensación de estar en medio del mar, rodeados de peces y flora marina.
Poco tiempo después, Siqueiros asistió a un mitin de obreros huelguistas. A raíz de esa actitud fue expulsado del país y partió hacia Estados Unidos. Luego, en 1937, combatió en la guerra civil española junto a los republicanos. En 1944 retornó a México donde murió, en 1974. Reivindicada su memoria por el gobierno mexicano, sus restos fueron sepultados en la Rotonda de Hombres Ilustres, en la capital azteca. Una excepcional obra pictórica es su mejor legado.
Su esposa no lo acompañó en cuando debió abandonar Buenos Aires… ¡y se quedó a vivir con Botana!. El romance duró muy poco, Blanca Luz viajó a Chile, donde se radicó y allí se casó dos veces; renegó del comunismo, declarándose opositora del gobierno de Salvador Allende, electo en 1970. Murió en 1985, a los 80 años.
Natalio Botana murió en un accidente automovilístico, en 1941. Años después era expropiado el diario que había fundado y que sus herederos jamás recuperarían. Derrocado Perón por el golpe militar de 1955, el gobierno del general Aramburu adjudicó Crítica a una empresa liderada por el dirigente radical porteño Santiago Nudelman, su nuevo director, quien había apoyado a la llamada Revolución Libertadora. Esta empresa no pudo sostenerse económicamente y, agobiada por las deudas y los créditos oficiales impagos, dejó de existir junto con el diario, en 1962. El Estado recuperó el edificio de la Avenida de Mayo y lo destinó a la Policía Federal, que lo sigue ocupando con las oficinas de la Superintendencia de Administración. Del frente fue borrado el tradicional lema de Crítica: Dios me puso sobre vuestra ciudad como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y mantenerlo despierto (Sócrates).
Todos los personajes de esta historia han muerto, Crítica ha desaparecido, pero queda el mural, que iba a tener un desconcertante y novelesco destino, a partir de la venta de la mansión “Los granados”, ocupada por varios y sucesivos propietarios. Uno de ellos fue Alvaro Alsogaray, quien pretendió ocultar o borrar el mural, se dijo que aconsejado por su esposa, quien no toleraba los desnudos que exhibía la obra. Afortunadamente, la técnica empleada por Siqueiros impedía que el mural fuera dañado.
Cuando la quinta de Botana fue adquirida por Héctor Mendizábal este hizo restaurar el mural y retirarlo de las paredes por especialistas, dividiéndolo en varios pedazos, en 1990, aparentemente con la intención de recorrer el país exponiendo la obra. No se sabe si tenía un propósito de lucro -tal vez si- pero al parecer le faltó financiación para emprender ese ambicioso proyecto y vendió el mural en 820.000 dólares. Y aquí comienza otra historia.
Algunos testimonios aseguran que la venta se hizo a la firma uruguaya Dencanor S.A., pero Fine Arts también se atribuyó la propiedad del famoso mural y ambas acudieron a la justicia reivindicando sus pretendidos derechos. Una de las primeras medidas, dispuesta en 1992, fue el depósito judicial de los cuatro contenedores que albergan la obra, llevándolos a un predio perteneciente a la empresa Grúas Don Bosco, ubicado en Monseñor Bufano al 700, de San Justo, donde están expuestos a la intemperie… ¡desde hace 14 años!…
El Estado, ausente durante todo este tiempo, decidió tomar cartas en el asunto. En defensa de nuestro patrimonio artístico y cultural, la Secretaría de Cultura de la Nación inició una acción judicial a través de la Dirección Nacional de Política Cultural y Cooperación Internacional, respaldada por el gobierno de México, interesado también en la preservación de la obra.
Consecuencia de esa presentación, el juez Juan Manuel Gutiérrez Cabello ordenó la apertura de los contenedores, que se realizó el 24 de enero de 2003, para verificar el estado de conservación del mural, y su posterior traslado, para su restauración, al viejo edificio de la Biblioteca Nacional, en México 564, curiosamente la calle que en la Capital Federal evoca la patria de Siqueiros.
Para hacer cumplir la orden judicial acudieron aquel día al depósito de Grúas Don Bosco la policía y los bomberos de San Justo. Estos fueron llamados para forzar el portón de entrada pues el predio estaba “cerrado por vacaciones”, según un cartel allí colocado y no había nadie. Se encontraban presentes funcionarios judiciales, autoridades de la Secretaría de Cultura, los especialistas encargados de examinar la obra, periodistas y, por supuesto, muchos curiosos que se habían acercado al observar semejante despliegue.
Los expertos descubrieron que algunos de los contenedores tenían filtraciones y el agua había deteriorado el mural, que requería una urgente restauración pero, increíblemente, el traslado no pudo concretarse aún (al momento de escribir este libro) debido a los enredos judiciales en torno de la propiedad de la obra, y al reclamo de Grúas Don Bosco, por el alquiler impago del espacio que ocupan los contenedores en el depósito de su propiedad.
Recientemente se realizó el VIII Festival Internacional de Cine Independiente, auspiciado por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Una de las películas que participó de la competencia fue Los próximos pasados, de Lorena Muñoz, que aborda, precisamente, la increíble historia del famoso mural. Las cámaras estuvieron en San Justo mostrando la apertura de los contenedores.
Como no hay filmaciones de la obra, la directora del documental apeló al testimonio de algunos de los pocos que tuvieron el privilegio de verla. Uno de los testigos, sobrina de Botana, fue llevada a Don Torcuato, donde se levantaba “Los granados”. Grande fue su decepción que la hizo exclamar: “Me traés acá pero no hay nada con que emocionarme”. Es que la suntuosa mansión ya había sido demolida.
Triste destino el de esta obra maestra, condenada al encierro desde 1933 hasta 1990, en el sótano de la mansión “Los granados” y, a partir de ese año, confinada dentro de cuatro contenedores. Es preciso evitar que el deterioro la siga arruinando. El único camino para evitarlo parece ser que el Congreso Nacional dicte una ley de expropiación e incorpore el valioso mural al patrimonio artístico y cultural de la Nación y, una vez restaurado, liberarlo de su encierro y exhibirlo públicamente en algún museo o lugar apropiado, donde pueda ser admirado por miles de personas.